UN BAZAR EN MI APOSENTO (Cuento)
La rutina de cada día en el ande, no me permitía solazarme con el paisaje sentido de la naturaleza, su cielo cristalino, su verde inacabable y sus muchachas bonitas de rostro de cereza y fresa, como dibujadas a pincel. Montado en la nave de cuatro llantas, afinando garganta para jalar y mi canguro bien puesto para entregarle lleno de dinero al dueño, por la noche. Así me disponía a iniciar mi jornada, mi chamba, mi laburo, que me daba el pan, muy lejos de mi familia, aunque a veces, algunas lágrimas me traicionaban, pero tenía que seguir.
Alegre, como si fuera un barítono clásico sacaba mi mejor voz, para llamar. Recorría de memoria las principales calles de Cajamarca; de tanto subir y bajar pasajeros, Cajamarca -Baños del Inca, sabía diferenciar el carácter alegre, la angustia, el dolor, el enamoramiento y la desesperación de los humanos.
Cubría hasta las once de la noche, el último turno; sin siesta, ni descanso dominical, esperanzado en que llegue la amada noche para descansar en los brazos de Morfeo, hasta la cinco de la mañana, hora en que salíamos nuevamente a darle duro.
El propietario, de cuarenta años más o menos, bonachón, muy hablado, y conocedor de mi situación algo precaria, no contar con familiar, en la tierra del carnaval, me cedió una habitación en el segundo piso; tenía una cómoda cama, ropero lustroso, televisor de pantalla grande y otros enseres confortables. “Como en tu casa”, me dijo don Anselmo
La nuera del propietario, Rosita, una hermosa y esbelta mujer natural, de una cadera descomunal, tenía la manía de hacerme encargos trasnochados, de una o dos de la madrugada. ”Favor, mañana temprano tengo que preparar el desayuno y no tengo azúcar, cómprame, toca la puerta de alguna tienda”.
Otro día era atún, harina, aceite, coca cola, y demás especies. Buscando y molestando por diferentes calles, y durante varias horas conseguía dichos productos, olvidándome de dormir.
Pero como eran los mismos productos siempre, se me ocurrió adquirirlos y almacenarlos. Cada vez que me solicitaba, solía hacer escuchar el chirrido de salida de la puerta, pero regresaba a mi habitación; luego de dos horas ingresaba con las comparas solicitadas, entregaba y la bella dama me regalaba un sol de propina.
Muchas veces, escuchaba el sonoro intimo conyugal de así, más, más, me siento como en las nubes, me voy, me voy; en mi cuarto adyacente y en mi aparente ausencia servicial.
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