Imaginación desbordante en la obra de Ángel Gavidia

 Tres hierbas en una y otros cuentos de Ángel Gavidia, es un texto breve que exhibe imaginación desbordante, misterio, trasmite tradición oral andina, costumbres y la idiosincrasia religiosa cautiva, ante los adelantos tecnológicos de la civilización. Lo conforman cinco relatos.

 El libro se abre con Tres hierbas en una, que es un doble juego respecto a la gastronomía. El diablo da de probar un excelente caldo verde, nunca antes degustado al sujeto, que es un narrador omnisciente. Y este hace lo propio con una carne de tres sabores: gato, gallina y cabrito.

 Ambos habrían utilizado para la comida, vegetales y animales secretos, que sólo ellos conocen y se niegan a intercambiar. “Le dije que no tenían precio o, señalando mejor, que costaban mil veces de todo lo que el diablo podría juntar durante su eterna existencia. -En pedir y ofrecer no hay ofensa.-me dijo a modo de disculpa, dándose cuenta de que había metido la pata-” (pág. 8).

No había tal misterio; sí una treta, un doble juego. La planta para la sopa “era una rama de paico apuntalada a una de ruda, seguida de una rama de orégano, soldadas las tres, con la pericia del orfebre José Ojeda”. (pág. 8). Y los tres sabores de la carne fue una vizcacha “y lo puse a macerar en vinagre de chicha de jora, sal, pimienta y una pizca de ajo molido. A las once de la mañana, el guiso olía a una legua a la redonda”. (pág. 6).

La narración identifica a zonas, reconocidas por ciertos productos, como papas de Conchucos, queso de cabra de Shindol, cabrito de Virú. Y así cada pueblo tiene un lugar que se le asocia. En Trujillo, un buen cabrito y sangrecita, se degusta en la señora Julia, antes en la av. España, hoy av. Del Ejército, cerca de la escuela Municipal.

En Laredo, los niños del ayer, recordamos las agradables semitas de doña Irene; sin comparación hasta hoy; pan con chancho traído de Otuzco; el pan ahora más suave y rico es del Moshe, en la Reforma, antes del mercado Modelo.

También, la patita en fiambre, preparada por la negra Yola, continúa su hija con el tradicional shambar de lunes. Hoy un aceptable caldo de cabeza se saborea en la usquilana, primero en el mercado Modelo y hoy su familia que ha heredado el sabor, por el reservorio, en el Centenario.

El segundo cuento, El rastro, refleja la idiosincrasia religiosa cautiva, ante el avance tecnológico; y el desfase de la administración gubernamental, como del centralismo asfixiante, que no permite igual atención entre la costa-sierra o entre la capital-provincia, originando un desarrollo desigual, muchas veces, de abandono, particularmente en pueblos pequeños, escenario de los hechos.

Su ruido y la llegada de un avión a la comunidad, origina muchas ideas, del hechizo hasta las religiosas. ”Es la bruja mayor ¡lo veo claro¡-dijo Tercila, mujer de mirada durísima que, cuentan, cambiaba sus ojos por los de los cuyes para volverse garza y tramontar hacia desconocidos parajes”(p.10).

El predicador, Demetrio, lo entendió como un Ángel porque era blanco y en cruz. “El día del juicio final a ha llegado. Los que siendo compadres fornicaron, han de caer primero. Lego serán las adúlteras. Después los ladrones. Los niños y los perros serán salvos” (pp. 10 y 11).

Falsas percepciones de la realidad, apreciamos en el tercer relato, El Rayo. El cuentista divisa desde lo lejos a su choza que brillaba, en una noche totalmente oscura; asustado apura su llegada; pero encuentra a su gato Rayo, que se desperezaba, calmando su preocupación. “Al verme,  como un gato montés, saltó al techo perdiéndose por el tejado, dejándome, de nuevo, la misma entintada oscuridad” (pág. 14).

Y esto suele pasar en la vida misma, a veces nos parece ver a cierta persona, que se moviliza por determinada dirección, y después de horas,  de casualidad, lo hallamos y le hacemos recordar dicha experiencia y esta se niega, refiriendo que no pasó por esa zona, y acaba de llegar de Barraza, quedándonos, con cierta desazón.

La cuarta entrega, Clamor, nos recuerda a las reflexiones de Prosas Ápatridas de Julio Ramón Ribeyro. Pensamientos breves pero profundos, con hondura filosófica, sobre el hombre y la vida. En esta ocasión se trata de defender la tierra y el medio ambiente, velando por su conservación y producción.

La última, Mi Compadre Patruco, pone en evidencia, que es mejor superar los problemas de la existencia terrenal, unirnos, y estar juntos para enfrentar la vida. “-Si nosotros que somos compadres no nos perdonamos ¿Quién nos va a perdonar?. Y volví con mi compadre Patruco (caballo zaino) a charlas horas como antes.

El libro es el número uno del Plan Lector Popular, Triskel Editores de Paolo Zavaleta Sánchez, Trujillo 2020; selección Carlos Santa María Ruiz; dirección gráfica, Óscar Alarcón Prieto y diagramación, Carlos Morán Evangelista. Es una buena invitación a la lectura.

 

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