Manos Vivas en San Carlos



Sentíamos el viento cálido, aunque no se dejaba ver el sol. Los niños jugaban, corrían y saltaban en su inocencia blanca y pura, en su candidez ausente de malicia, en su mirada dúctil y esperanzadora.

Por la avenida Condemarín, nos internamos a la campiña apacible, sorteamos un establo mediano, árboles frutales y un canal que lleva la vida a los agricultores.Vencimos las islas de primeras y segundas cruces; en silencio unos campesinos cosechaban su yuca. Y el voluntariado Manos Vivas, conformado por servidores de Agroindustrial Laredo, llegó a San Carlos, traían su corazón solidario y brazos bondadosos, sentimiento hondo que brota cristalino y brillante.

-¿Qué celebramos hoy?, preguntó Eloy Ñamoc. La navidad, la navidad, corearon emocionados los infantes. ¿Quién nació?, Jesús, Jesús, asintieron. Bailó una música de ritmos rápidos y juveniles; cambió de tonalidad a una más suave y se identificó con los pequeños, interactuaron y recorrieron el mapa de la felicidad en la ruta sabia y curiosa del baile y la vida. 

Las huellas de la población se remontan al año 1975, en la segunda fase militar  de Francisco Morales Bermúdez, quien ordenó al prefecto Jorge Ruiz Lombardi a desalojarlos, porque dichos terrenos eran patrimonio arqueológico. El centenar de esteras cedió temporalmente, hoy suman trescientas familias aproximadamente. Los trabajos de alcantarillado impidieron llegar por la vía más concurrida, dirigiéndonos por la calle El Ángel, pasando El Landauro y La Rosita. 

Eloy contó la historia y reafirmó que el nacimiento en un pesebre significa la humildad y sencillez que debe acompañar a la humanidad; la solidaridad y amor eterno en la familia, la ayuda mutua que debe reinar en el mundo. A quererse, estimarse y comprenderse. Saber sortear las dificultades que Él enseñó: amor en su máximo esplendor.

La empresa ha decidido compartir un momento con los niños de San Carlos, forma parte de nuestra responsabilidad social, por eso hemos venido con el voluntariado, refirió la Dra. Patricia. Más de 200 niños aplaudieron, se divirtieron y recibieron juegos, sorpresas, juguetes y su leche chocolatada, en forma ordenada y con mucho afecto. Rostros cetrinos, autóctonos y en crecimiento, propios del Perú Profundo, como diría José María Arguedas.

Nuestro guía Carlitos Cárdenas disculpó por motivos familiares a Pierangela, que no estuvo y la echamos de menos.Los compañeros se comprometieron  a seguir laborando en favor de los niños,  la educación y el medio ambiente. 

A cien metros permanecía el aula vacía, aquella llena en el verano hace dos años. La magíster Regina Gaitán Villanueva, enseñaba matemática y razonamiento numérico, lo complementaba con ese amor inolvidable que brinda a los bajitos, con su ternura de mujer madura. Pensó alguna vez que había llegado la oportunidad de administrar el distrito; pero a la gente se le domina con un cuaderno, vaso, balde y un plato, desvalorando su conciencia y autoestima.

Entonces llevaban sus propias sillas, una humilde pizarra era el multimedia, ardía el interior pero no interesaba, se sobreponía la educación y el aprender más. Regina con Eleazar me comprometieron a donar mi poemario Casa de Familia, publicado en el 2006. Hice la salvedad que si no lo entienden hoy, lo guarden para mañana y lo degusten con su inteligencia ya crecida.

Partimos. Salió el astro rey, todavía resuenan en mis oídos aquel niño que pidió junto a la leche chocolatada, un cuaderno para estudiar; muy buena señal, para el aprender, que lleva a la superación. Va quedando atrás Laredo y "dejamos el aire luminoso de la infancia", como se dice en el "Jazmín y la Mandrágora" de Marco Martos (Lima 2011).


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