José María Arguedas, vigente


José María Arguedas (1911-1969), contribuyó con su obra de maestro, escritor y antropólogo social para lograr un país con identidad propia; entregó generosamente su existencia a la loable tarea de descubrir, a través de su escritura, la incandescente realidad de nuestro país. Abrumado por la depresión, el  28 de noviembre se disparó en la cabeza, después de su agonía fallece el 2 de diciembre, a 46 años de su desaparición física todavía llevamos la nostalgia en nuestro corazón.
Fueron las palabras del presidente Roger Sabana Amaya de la institución del mismo nombre del autor de “Agua”, con 36 años de vigencia cultural en Laredo. “Acaso adivinando la orfandad en que nos dejaba, a manera de consuelo, había señalado… quizá conmigo empieza a cerrarse un ciclo y abrirse otro en el Perú…se cierra el de la calandria consoladora y se abre el de la luz… el de la calandria de fuego”, agregó.
Debemos hacer eco de su producción, tomar sentido amplio de su mensaje en aras de una transformación social con equidad, se había dado paso a otra interpretación de la existencia, dejar la pasividad de la calandria consoladora para asumir el cambio, la novedad de vida, que simboliza la calandria de fuego. Y todo cambio implica siempre un re acomodo y un sacrificio en las esferas humanas.
Antonio Cornejo Polar (+), sostiene que se inaugura una narrativa de tono y sentido explícita mente sociales con un mensaje revolucionario. Los personajes arguedianos, en amplia representación son quechuas y se desarrollan  en un ambiente de marginación social; y según Susana Reisz, este tipo de literatura tiene un sentido subversivo enorme “pero que es producido por minorías que no tienen acceso al poder (económico y cultural), aquellos que no tienen la voz cantante de la sociedad” (Ajos y Zafiros, 34:2000).
El panorama histórico en 1930, registra que después de 11 años de gobierno de Augusto Bernardino Leguía, es derrocado por Luis M. Sánchez Cerro. Hay efervescencia política y social, por influencias políticas de Mariátegui y Vallejo, incidiendo en la revolución rusa, recuérdese el libro Rusia (1931) y las noticias de la revolución mejicana (gestada entre 1911-1915). Los líderes de izquierda se aferran a sus ideales.
Ya en 1928, Mariátegui fundó el Partido Comunista, y en 1927 había escrito el prólogo a TEMPESTAD EN LOS ANDES de Luis E. Valcárcel, afirmando la tarea del movimiento indigenista con las corrientes revolucionarias mundiales. Algunos textos de este tiempo son: EL PUEBLO SIN DIOS (1928),  de César Falcón, EL AMAUTA ATUSPARIA (1929) de Ernesto Reyna Loli y el TUNGSTENO (1931) de Vallejo. En esta tradición se inscribe, parte de la obra de Arguedas, por ejemplo AGUA (1933).
Es la historia de los comuneros de San Juan y Los Tinkis, quienes organizados solicitaban año tras año el vital líquido para regar sus chacras, sin conseguirlo; por el contrario, recibían acciones de abuso y prepotencia del terrateniente del lugar, don Braulio Félix, coludido con el sacristán Inocencio y don Vilkas, un indio viejo, amiguero de los mistis y fiel sirviente del patrón. En la extensión del relato se percibe un aliento poético impactante, impresionante por la transparencia geográfica y la adjetivación precisa del paisaje, un sentimiento hondo del autor para calara en la sensibilidad de los lectores; en el relato de una verdad desgarradora.
La creación de José María continuará suscitando interés porque es la radiografía social, política y cultural de una etapa del país, cuyas manifestaciones negativas no se han superado; pero abre la esperanza  de una nueva clase social emprendedora, emergente y notoria, que ya estamos viviendo. Y porque "desde la ficción Arguedas contribuyó con el cambio de la realidad", como sostuvo  el estudioso de la cultura, Rodrigo Montoya.


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