Soliloquio del Cuarto Oscuro: Consagración intensa al amor
Hacia el 2014, escribíamos: En las formas literarias, señalaba Roland Barthes, palpita de manera ineludible la historia; mucho, la acerca, corrobora. Lo recuerda Camilo Fernández.
Soliloquio del Cuarto Oscuro, (Casa
Nuestra Editores, 47 pp. Trujillo, 2023) de Luis Cabrera Vigo (Trujillo, 1972), que nos
aboca hoy; en efecto, es un texto de mucha concentración, bien meditado, sesudamente
escrito, con la pasión única, y el mucho
respeto que los autores sienten por la escritura.
El volumen, traduce el
deseo persistente, contumaz y anhelado del amor.
La presencia femenina, motiva una catarsis en el relator,
para entenderse así mismo, como persona gregaria, y asimilar la transformación,
el cambio del mundo, de la sociedad.
Deja la posibilidad inquieta y abierta del in continuum,
sabiéndose amado y contento, esperando la nueva mirada de la amada. También,
sugiere, una tabla de salvación, para quienes sufren hambre, muerte y
desigualdad.
De clima cálido e intenso, el libro, tiene la sabia virtud de
mantener el interés de la historia, de
comienzo a fin, mediante un lenguaje puro, elevado con imágenes sentidas y poéticas, que ponderan el discurso atractivo.
El escenario, es aquel espacio pequeño, de los viejos fotógrafos,
constaba de ampliadora, para crecer las fotos, una luz roja a medias, papel y
material químico para las soluciones del revelado. Ese era el cuarto
oscuro.
Así se detalla: “En
espera mental habito este reducto. A lo ancho de lo oscuro, en el reino sin
tiempo, en este paraíso desde donde te voy imaginando. Con el incontrolable
deseo de anular, atrapar…” (pág. 13).
Crece el afecto, con la sola presencia de la damisela, sin
interesar las circunstancias:
“Cuando apareces recién
salida de la ducha o del fango y los arenales, sea como sea, algo en mí salta,
se alboroza, y mi alegría no tiene límites: va más allá de estas cuatro
paredes, techo y piso…” (pág. 15).
Pero junto a la confianza, aparece la desilusión, situación
propia de un estado emocional enamorado, cuya duda es natural, uno se torna muy
sensible; tal vez, creemos que ella está en compañía de otro, y nos posterga:
“Nada indica que has
escuchado mi voz. Entras y sales como siempre, ignorando mi presencia. No sé
qué pensar. Has abierto la puerta y mi corazón (…) ha detenido por un instante
sus latidos. Espero, inútilmente, algo que no llega. Tal vez un beso en una de
mis caras…” (pág. 18).
Sin embargo, el afecto, se adueña de su persona, del sí, y se
reanima, elucubra a cada instante, de manera desesperada, incomparable. El
cariño aumenta:
“Es extraño como siento
todo esto, como la palabra me atrapa y te describo sobre parajes que no he
visto y sin embargo conozco. Que al verte sobre el pico más alto de pronto veo
tu figura sobre canoas, cruzando aguas turbulentas y cielos verdes (…) mi
corazón es un puño cerrado. (pág. 25).
El éxtasis, el momento supremo, asciende y aumenta en el
camino, leemos:
“Cierra los ojos y
verás que estás ahí, que tú lo eres todo... el viento que bosteza, la brisa que
golpea, el rumor que viaja, el destello huidizo, la ola traviesa... Tus ojos ya
no están a la altura de los míos. Tus líneas de mujer y todo tu cuerpo crecen.
La sensación de vértigo me invade, el mundo es un embudo por donde mi materia
se diluye en segundos…” (pág. 28).
Empero, la presencia femenina, también es una motivación,
para regresar a la realidad sentida, vivida y valorada en la dimensión humana, en
el universo evolutivo, y por donde transitó el relator:
“Tu presencia logró que
despertara de mi letargo. Te divisé una tarde en una esquina, eras igual a la
mujer que tanto amé antes de abandonar a los míos, y cuya desaparición provocó
mi partida del reino. (pág. 43).
Lo que se complementa, con el siguiente escrito:
“La reina de un país a
la que una vez hube de postrarme de rodillas, al correr de los años estuvo en
la misma hilera donde un grupo de parias pedían comida. ¿Cómo puede ser tan
cambiante el mundo?, me pregunté en esos días, pero era claro qué si el mismo
planeta daba vueltas, ¿por qué los reyes no podían descender hasta ser esclavos
y los hombres que se arrastran ahora, mañana pueden besar el cielo? (pág. 41 y 42).
El dolor, sufrimiento y hambre, es sugerido de manera breve,
conforme el siguiente texto:
“Retrata a los niños
sin ropa y sin pan; a las madres sin voz; perenniza los ríos de sangre y huesos
que chocan contra la vida que flota, contra el viento que aúlla, contra la
montaña que avizora futuros. Copia miles de rostros sobre cuerpos que corren,
saltan, tropiezan, caen, se levantan, lloran y gimen de dolor; (pág. 23)
Al final, se percibe la sensación del continuum, y la mirada de regreso de la damisela, conforme
se colige en el siguiente párrafo:
“He tratado por todos
los medios de que sepas quién soy, y creo que ya lo sabes. Acabas de llegar,
estás descalza, sólo una tela de seda azul cubre tu cuerpo y has iniciado el
ritual que me convocará a tu presencia. Espero, espero tu llamado”. (pág.
44).
Valorando en su dimensión, la propuesta de Luis Fernando
Cueto (Chimbote, 1964), de que todos los escritores son universales, no hay
locales, regionales y nacionales (Conferencia en la Universidad Santiago
Antúnez de Mayolo, Huaraz, abril 2023), tenemos que:
Soliloquio del Cuarto Oscuro, por la intensidad del discurso, sus
temas de la soledad y el aislamiento, nos convoca a La Casa de Asterión (1947) de
Jorge Luis Borges (1899- 1986).
Y por el narrador invisible, omnisciente
y contenido existencialista, a La Caída (1956) de Albert Camus (1913-1960).
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