Erasmo y Juanita: pintura y amor

Erasmo y Juanita: pintura y amor
El artista plástico, Erasmo Sotero Porras (Chiclín 1911-Laredo, 2006), era parco, serio,  exigente en su vida cotidiana y muy responsable con la familia. Pero  su adustez  cambiaba al  hablar de arte y literatura, del corazón emocionado brotaba el agua cristalina de sus lecturas clásicas, llenas de sabiduría existencial, y de esperanza  ante las injusticias terrenales. Le dolía mucho que Dios se olvidara de los pobres, dando paso al agnosticismo y a la teoría de Giovanni Papini, aquella de perdonar a todos. Recordaba la frase filosófica de Paúl Jagot: “Para avanzar sólo se necesita un poco, si cada día hacemos ese poco”.
 ”Pintaré hasta el último día de mi vida”, había dicho en la televisión, con motivo de su exposición en la hoy Casa de la Emancipación, hace largos años, lo reafirmó mientras conversábamos, y así falleció sabiendo también que “el ser humano, para saber que ha existido,  debe dejar huella en su paso por la tierra”. Y él existió y regaló al mundo  hermosas acuarelas costumbristas, allí están las danzarinas  afro caribeñas-peruanas-latinoamericanas, (como le gustaba decir al Dr. Saravá).
La quema de caña, con su incandescencia y los trabajadores de  lejos mirando el sacrificio a la naturaleza para poder vivir; el reloj, testigo de muchas parejas de enamorados y  símbolo de vida del pueblo;  las desnudas, irradiando belleza y sensibilidad;  al final de sus días ganó en cromática, avanzó hasta el simbolismo y surrealismo, este más sinuoso, más delicado en el que la figura humana cede a la imaginación, mediante trazos y colores sugerentes.
En su juventud, en la Hacienda Laredo laboró en los vacumpanes (tachos), espacio en el que se crea la semilla del dulce y luego avanza el proceso hasta su cristalización, lo acompañó el poeta Leoncio Bueno, quien no se explicaba “como don Erasmo con esos dedos gordos podía tocar la guitarra y el violín”,  y a decir de Eloy Jáuregui, don Leoncio frisa los 90 años y “todavía jala”; se hicieron muy buenos amigos, dejándole a su partida a la capital, un poema manuscrito, como testimonio de su aprecio,  consideración y respeto.
La esposa, doña Juanita Solís, también está en el cielo; en vida lo acompañó y comprendió la abnegación del artista, quien luego de sus jornadas laborales al igual que Henry Ibsen, le robaba tiempo al descanso para ejecutar sentidamente el violín y reiniciar las jornadas largas de las diversas miradas de hombres, mujeres, niños, niñas y retratarlas  mediante el óleo y acuarela, en este  universo misterioso y extraño.
Su nieta Rosita Sotero, a quien vimos estudiar, crecer, declamar y hacerse profesional, es una profesora calificada de Lengua y Literatura; y hoy que puede, retribuyó al aprecio y cariño de sus abuelos Erasmo y Juanita  por 9 y 8 años  respectivamente, acompañando al Señor. Mandó decir una misa en la iglesia Jesús y María con el párroco Francisco Guevara, quien orientó su mensaje al bien que hace el ser humano en la tierra; pero que debe partir de acurdo a la ley divina.
Entonces llegaron de tierras lejanas, los hijos educados en un hogar humilde pero lleno de valores  y que gracias al rigor de los tutores, disfrutan de la felicidad junto a sus hogares. “Fuimos criados en un hogar con valores, gracias a nuestros padres podemos caminar con la frente en alto  por cualquier parte”, expresó Jaime, físico matemático, hoy estudiando otras especialidades y quien desempeñó cargos ejecutivos en la Universidad Pedro Ruiz Gallo de Lambayeque.
 Leonardo, ingeniero químico especializado en la industria azucarera, brindó su aporte muchos años a Laredo y desempeña asesorías en su entorno, dijo: “Estamos agradecidos por su presencia para recordar a nuestros padres, que dieron lo mejor para nosotros. Me dirijo a ustedes también en nombre de mis hermanos Víctor (químico y docente universitario); Teresa (enfermera) y Miguel (ingeniero civil)”.

Rosita Sotero, muy emocionada proyectó un vídeo de sus abuelos; y del cofre de reconocimiento, sacó una taza de losa con cuadros  del pintor y me despidió.  Mientras me alejaba por la calle San Antonio, ya iniciada la madrugada, me parecía ver  a los esposos Erasmo y Juanita en sus caminatas dominicales.

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