Modernidad, brujería e infidelidad en los cuentos de Elmer López

Una reflexión sentida de la vida, la que disfruta de la serenidad, la calma y naturalidad del paisaje andino; en oposición a la llamada modernidad, de adelanto tecnológico, y en el que la existencia es rápida, agitada y desesperante, se aprecia en el relato Vida Rupestre, del maestro Elmer López Guevara.

Plantea pasar los días de manera montaraz, en las cuevas, conforme a la tradición de generación en generación. “Vivimos a nuestra manera como lo hicieron nuestros predecesores desde el principio del mundo y lo harán los hijos de los hijos de nuestros hijos, hasta la eternidad en este  territorio de la sierra inhóspita…” (pág.3).

Los moradores  se reafirman en ocupar su comunidad, sin ofertas de terceros, para que dejen el pasado y se adapten a una época de transformación. “Nos piden abiertamente que le cedamos este territorio a cambio de otro con las comodidades que ofrece su modernidad. Les preocupa que vivamos en cuevas, como los antiguos…” (pág. 3). 

La insistencia para la modernidad gana y comienza la agresión al medio ambiente y a los naturales, “…van apareciendo hombres con máscaras y con armas que lanzan fuego y tumban e incendian árboles y personas, muchas personas… “   (pág.8).  Mientras el refugio y la defensa es la caverna, cuyas paredes son seguras, para defender la vida.

Recuerda a los 528 años de conquista, difícil para la nación, con acciones de fiereza. “Quizá más que en otros lugares, la ocupación del Perú fue muy violenta y sangrienta, por la crueldad intrínseca de la conquista y sobre todo por la crueldad especial de los “peruleros” (Evangelización en el Perú, p. 64, Pablo Thai, o.p. Páginas 116, julio 1992).

Vida Rupestre figura en Doña Tila y el Gavilán, que da nombre al libro. Tila era una bruja pero pasaba por ser acomedida, buena y colaboradora; frecuentaba la Iglesia a toda hora, paraba “…cambiando el agua de los floreros de los santitos, barriendo el templo, limpiando las bancas, cambiar los vestidos y asear a la virgencita…” (pág. 9).

Fue descubierta por Gavilán, bebedor y servidor de quien lo llamaba para hacer cosas domésticas en las casas. La hechicera lo apaleo y casi lo mata; él  lengua afuera se hizo el muerto  “… Tila volvió a montar la escoba y se elevó ligerita fuiiiiiiiiiiiiiii, hacia lo alto de las casas, soltando una risa igualito a la de una cargacha   ...” (pág.11).

Al regreso la arpía, fue increpada por los golpes recibidos. “Ya sé lo que eres, vieja jijuna. Ahora voy donde el cura y le cuento todo, que eres una bruja y que hasta vuelas en escoba…” (pá.11). Y en respuesta fue convertido en gavilán, su boca, convertida en pico; cuerpo empequeñecido y llenado de plumas, ante su asombro y burla de la bruja.

Todavía con buen ánimo, marchó al templo, para alertar al cura y  los fieles. “Ni bien llegó el Gavilán se puso a echar voces: Doña Tila es una bruja, hay que tener cuidado con ella. Lo estuvo repite y repite, yendo de un lado a otro, en todo el atrio del templo…” (pág. 11). Pero sus graznidos, pese al esfuerzo y empeño, no se entendieron.  

Tila llegó con una bolsa de piedras y convenció a los creyentes que eliminen al animal enemigo; este sólo veía pasar los objetos por su cabeza sin poder dar el mensaje de alerta,   …” entiende por fin que todo es inútil, irremediable, que la vieja Tila se saldrá con su gusto, y que lo mejor es alejarse de allí ¿Qué  otra cosa podía hacer?”  (pág.14).

El colega, LUVAR de Laredo, recuerda que, hace más o menos 80 años, cuando su abuela Amable González Arteaga (+), a la edad de 12 años solía pastear a sus ovejas por el  caserío de Chuquizongo, distrito de Usquil (  provincia de Otuzco), dejó por un momento a los animalitos a su suerte, para que caminen libres; y se subió a un árbol.

Miró una laguna pequeña con agua negra, en la que hombres y mujeres, se sacaban los ojos antes de ingresar, y salían convertidas en aves, volando a diferentes destinos. La niña curiosa llegó al lugar, molió los ojos con un chungo; ya en la retirada, apreció el regreso de los animales, que se topaban, estaban ciegos y eran los brujos de la zona.

El libro se cierra con Matacuernos, una exposición de la infidelidad y sus castigos, como el de cercenar el miembro viril al culpable. Y sabiendo que la libido, ardiencia, o calentura,  no sabe de razones, pocos llegarán al casamiento, “… el pueblo se está llenando de eunucos, o chiquilines, como los llamamos por estos lares…” (pág.18).

El libro es el número cuatro del Plan Lector Popular, Triskel Editores de Paolo Zavaleta Sánchez, Trujillo 2020; selección Carlos Santa María Ruiz; dirección gráfica, Óscar Alarcón Prieto y diagramación, Carlos Morán. 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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