Presión paternal y divorcio en el cuento Sabogal

 Sabogal, es un cuento de Eliana Sofía Del Campo Alván (Trujillo, 1993), que retrata la presión paternal, el divorcio, y afecto al arte en una familia ya por divorciarse. El padre, coacciona a su niña, para que identifique la calidad de un cuadro y distinga al hogar; o de lo contrario forme parte del equipaje, que el tutor llevaría; engaña a la discípula, porque al final, retira la pintura. 

_Míralo detenidamente, ¿se queda o se va? _ dijo su padre. (pág. 23) La chica observó al mínimo detalle, pero no le encontró extraño; se esforzó como apreciaba los anteriores lienzos, examinando el color, los matices, la vieja y sin muelas. La voz de papá le decía, que algo de especial o mérito estaban ante sus ojos blancos y en crecimiento. 

Esperaba una respuesta veloz, tal vez sin una exacta valoración de la muchacha, o sin tener en cuenta su edad o instrucción educativa, aunque estaba convencido que sus enseñanzas fueron asimiladas por ella. Continuó la presión, a pesar de la oposición de la esposa, desvalorada y ninguneada por el líder familiar. 

"_Ya déjala _dijo la madre, con la voz resquebrajada_ ¿No te das cuenta? ¡Es demasiado! _Tú, cállate _interrumpió el padre_ Esto es entre ella y yo. Tú no sabes que ella entiende que es capaz"(pág. 24). Y volvió a la carga, tensionándola; la niña remiraba la pintura, tratando de descifrar algún código valioso, importante, destacado, notorio para el color. 

Se concentró otra vez, motivada por el cambio de tonalidad en la voz del padre, quien arengaba, valorándola, que siempre ha tenido la predilección por la belleza y sus diversas expresiones del arte; pero en su cerebro no cabía la codificación, por más que miraba las figuras desde diversos ángulos; por más que se inspiraba, no captaba. 

“Era un cuadro grande, de tonos cálidos; al centro el dibujo de aquella anciana. Cocía choclos en una olla de barro sobre una fogata improvisada. Atrás su casa rústica apenas se diferenciaba de una choza. Al pie de la olla dos perros escuálidos esperaban ávidos a que la anciana termine de cocinar. La escena es diurna. Escenario, campestre” (pág. 24). 

De nuevo miraba a la anciana y sus elementos, la textura, tamaño de la imagen. El cuadro pendía de la pared de una sala nueva, casa a la que se mudaron cerca ya de seis meses y era mucho más cómoda, que el anterior departamento; ahora grande para los tres; pero con la salida del tutor, más grande para dos. El Padre siguió insistiendo, porfió. 

Su grito la sobresaltó y llenó de temor, le había dicho bruta; ella no lo era tenía los mejores calificativos y peor, lo disgustaba que lo llamen así; aunque deseó correr estaba ligada al piso y esas manos sobre sus hombros. En ocasiones pasadas, ante la ira de papá, se escondía con un libro, y en su nube, hasta que las voces coléricas desaparezcan.  

“_Por favor, mi amor, sólo di cualquier cosa, responde cualquier cosa y se acabará esto __suplicaba su madre. __ ¡Que no te metas, mujer! Esto es entre ella y yo. Mi hija no es como tú, mi hija sabe, mi hija aprecia” (pág. 26). La madre en respuesta corrió y se refugió en su dormitorio, por una semana; y ella seguía sola apreciando el cuadro. 

Días antes y más temprano de lo normal, le comunicaron que se iban a separar, el padre la vería una vez a la semana. Y mediante el libro “Cuando mamá y papá se separan”, hacía las explicaciones del caso. Papá durante el resto del día, habló de arte, técnica, matices, reconocimientos y familiaridad con los pintores frecuentados. 

“_Se queda. Lo quiero_ volvió a ver a su padre a los ojos_, quiero que se quede” (pág. 29). El padre tuvo alegría sin igual y llenó de besos a la hija, quien ya sabía reconocer un buen cuadro, se trataba de un Sabogal, y gracias a él y no a la madre, recorría por venas de la hija, sangre de artista, herencia del autor de sus días; pero nunca de la mamá. 

Y llevó, retiró el cuadro, ante el llanto de la hija pero que no debía preocuparse, porque a su muerte, pasaría como herencia y con el tiempo comprenderá. No volteó el padre, a su despedida. “La camioneta se alejó con la mirada de la abuela dirigida al cielo. La niña se quedó mirando hacia la calle hasta que, por fin, oscureció” (pág. 30). 

Narración lograda, con lenguaje depurado y una atmósfera trémula para vestir adecuadamente a sus personajes; es una lectura para iniciados; fue publicada en Dodo Press, el 2018 y forma parte de Relatos Selectos Escritores y escritoras de la Libertad, selección de Carlos Pérez y Edgard Navarrete, reconocidos docentes universitarios del norte peruanno. 

Alude al pintor indigenista José Sabogal (1888-1956), reconocido como paisajista y retratista; junto a Julia Codesido, Camino Brent y otros plásticos, se identificaron a la corriente artística del Indigenismo, que también abarcó la literatura y hacia una identidad nacional. Es decir, abocarse a valorar nuestras propias raíces mediante las diversas expresiones artísticas para crear una conciencia nacional.


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