A un año de la muerte de Wellington Castillo Sánchez (I)
En la Medalla Milagrosa de San Andrés, el próximo ocho de febrero a las siete de la noche será la misa.
Recordemos su Huella de Agonía,
(Papel de Viento, Trujillo 2016), último poemario de Wellington Castillo Sánchez,
destaca por su escritura vital, la poesía es vida, esperanza y contradicción.
Es un homenaje a las personas que avizoraron mejor existencia terrenal, dejando
la estancia para viajar al valle azucarero bonito y a la ciudad atractiva y de
sorpresa.
Es un canto al ser humano y de pensamiento filosófico para
mirarnos hacia adentro, fortalecer el corazón, abrigarlo y continuar aunque la
desazón interfiera el ideal; consolándonos con los recuerdos del ayer y la tierra
amada, reiniciando la lucha hasta alcanzar el cielo del triunfo.
Por eso el autor expresa “… segundo a segundo a espaldas partidas y densos
sudores/ libertad para elegir caminos cercados sin destino/ cerviz soflamada por castigos y desilusiones/ su cartilla de escaso
alfabeto/ Y arriba el Padre/ el dolor abajo / Allá abrumado destino/ en su
pecho anhelo crucificado de macizar la vida.”(págs. 38 y 39)
También se aprecia lo trashumante del ser, que se refleja en El Éxodo, bajo la
canción popular andina que dice: Hoy estoy aquí, mañana ya no, pasado mañana
por dónde estaré. Y el poema que refiere: “entonces/ enjugando, entibiando su
heridas, eleváronse en sus rodillas y penetrando incertidumbres buscaron salir
de la niebla”. (pág. 36).
Pero significa más: sobrevivencia, fortaleza e ideales, enmarcados en la migración del ande a la costa para alcanzar un mejor estilo de vida.
Un
proceso de simbiosis y endoculturación conforme denominan los antropólogos
sociales. Entonces para alcanzar un mejor status hay que laborar duro,
sacrificarse, identificarse con la nueva comunidad hasta alcanzar el objetivo
personal y social.
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