PROMESA CUMPLIDA
Félix Rodríguez es Administrador y tiene una maestría en investigación educativa, asesora en Laredo-Trujillo-Perú, el despacho del congresista Diego Bazán. Sus escritos son sencillos y abordan diversa temática; es uno de los nuevos valores de las literatura liberteña; sus viajes al interior y fuera del país, le ha servido como fuente de inspiración. Presentamos Promesa Cumplida del libro inédito Letras Vivas.
Era una noche
más, una de esas noches oscuras de los martes y viernes, en que me disponía a
descansar, luego de ganarme la vida lavando automóviles ajenos, todo el día,
apenas con ligero descanso para comer un choripan, ya huida la tarde.
Aprendí a
dominar mi carácter iracundo, por el trabajo esforzado y siempre con el
pensamiento de chambear harto y ahorrar harto, para regresar grueso a mi país.
Por eso me retiré a vivir provisionalmente a las zonas marginales del país
gaucho, a un espacio protegido por ladrillos descoloridos, latones y maderas de
segundo uso.
Mi sueño
pesado se levantaba a la una de la madrugada exactamente, y traspasaba la casa
de mi vecino, formada por madera y latones, llenas de agujeros y rajaduras,
para escuchar aquellas aterradoras “alabanzas negras”; que salían de un cuarto
oscuro y una repisa sin imagen, solamente con siete velas del mismo color y sus
alargadas llamas danzantes.
Clamaba una
mujer al señor de las tinieblas, de la oscuridad “sácame de este lugar, consigue
por favor un mejor trabajo para mi esposo, quiero vivir en un departamento
confortable y lujoso; te ofrezco y entrego todo mi cuerpo y toda mi alma”.
En señal de
afirmación, el maligno apagaba y encendía las velas, paulatinamente.
Ojos
observadores cubiertos con fresadas gruesas del invierno argentino, sin
escapatoria, eran testigos de las
invocaciones y ritos. Siluetas danzantes curvilíneos se notaban en mi
habitación.
A mi regreso
de Perú, visité dicho recinto y averigüé por la vecina, me dijeron hace meses
que ya no vivía en dicho lugar; un amigo de labores de su esposo, comentaba que
una vez llegó al trabajo un señor en auto moderno y de color negro, preguntando
si alguien estaría dispuesto a trabajar en su empresa y dejó su tarjeta
personal.
Y el esposo junto a su familia, accedió a dicho puesto ocupacional,
para cuidar un departamento lujoso, pues
el empresario viajaría por un tiempo largo de vacaciones. Pero ya pasaron siete
años, y aún no regresa el inversionista.
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