La Poesía de Luis Guerrero Díaz

La poesía de Luis Guerrero Díaz es transparente, espontánea y cristalina; palabra libre y natural para retratar el alma de los padres, familia y naturaleza. Se impone por su ternura y afecto hondo similar a una sinfonía colorida de aves preciosas en cuyo vuelo dejan el halo de una mirada infantil y curiosa, y revivido ya adulto, para fortalecernos emocionalmente, como decía Bryce Echenique, para emprender la vida con nuevos brillos.
Escritura fina y sensitiva para indagar los misterios de la eternidad y el entorno familiar, el ocaso de las plantas, los atardeceres buenos y bondadosos, el amor a las plantas, la ausencia de la madre, el padre y los tíos así como la protección a los animales fieles del ser humano. Un universo magnánimo, que jamás debe desaparecer; por el contrario, debe ser eterno para gozar de su preciosura junto a los autores de nuestros días.
El libro se abre con ÁRBOLES AMADOS, bajo el epígrafe de Antonio Machado, para hacernos entender que la vida es cambiante y evolutiva. En “Elegía a los alcanfores”, se propone una filosofía inserta en las oraciones literarias para concluir que nuestra presencia es divina e indescifrable, relacionándonos con seres de otra especie y diferente naturaleza, como animales y plantas, encariñándonos, según la preferencia.
Por ejemplo Platero, el famoso personaje de Platero y Yo de Juan Ramón Jiménez; el perrito Ponky, figura central de La Historia de Ponky, de Jorge Pérez Tarrillo. En el caso que nos convoca, se trata de la planta medicinal alcanfor, cuya evocación llena de ternura y nostalgia acompaña permanentemente al autor. Lo vio nacer y crecer, por lo que la evocación tiene el carácter de un altar botánico, que marca la fertilidad creativa: Una mañana de abril/ volverán sus cogollos azulitos/ proclamando el amor/ sobre la tierra/. Así representamos el amor universal. (pág. 10).
Aparece una simbiosis, asimismo, entre el cantar, aquella facultad hermosa de los humanos y las ramas; se transforman en un espacio de reposo y tranquilidad para el bardo, lo libera y descansa plácidamente…” Y mis recuerdos tristes se disipan como vagas sombras de la noche. (pág. 11). Los vegetales cobran vida propia, “hablan sin hablar”, “cantan sin cantar” y poseen sentimientos similares a los humanos, “crecen de amor florido en los campos olvidados”; en efecto sirven de compañía y sobre todo cuando se sufre de soledad.
Esta interpretación retrotrae al cantor argentino Atahualpa Yupanqui, cuya producción es similar al tema que nos aboca, por su hondura y transmisión de sentimientos, descripción de personas y planta. Dice: agua le di a un garabato que se estaba por secar y me ha pagado con flores que alegran mi soledad. Los árboles dan protección, cobijan bajo su sombra y ayudan en la noche cuando “descansen su corazón y el mío”; y crecen con el astro rey, su ausencia los debilita y sienten el ocaso de la vida. Y pese a al perfume de los alcanfores y belleza de los algarrobos, como el hombre, acaban, terminan: “Nada quedará de su fragancia/ nada de sus ojos tristes/ nada del corazón que me acompaña”/.
La pluma penetrante del autor concluye que la vida no es eterna, igual pasa con los seres pequeños y Huanca, amigo fiel, que seguirá el camino de la extinción: “Al final nada quedará… ni sus ojos tiernos, ni ms días tristes”. Evidenciamos, de otro lado, huellas de afecto y serena contemplación a los totorales, lagunas, garzas que se recogen esplendorosamente como el ser humano en los brazos del cielo. Y con ellos la pleitesía a la naturaleza, al agua, cuyo origen pequeño se agranda y termina portentosa en la bravura del mar, rompiendo un comienzo, lúdico y pasivo.
La reiteración es para dar vida propia al árbol y calmar las penas del hombre, que debe ser un árbol para no sufrir, “dichosa sería la vida”; alumbran con placidez el alma del ser humano, quien siente el amor primaveral de las hojas, producen paz, dan vida y siempre se lleva en el corazón, por lo que debemos dar todo lo mejor al vegetal para tener dicha recompensa.
Surge la adorada hija Camila, para coronarla con mucho cariño, expresando el olor del limonero y animales que lo visitan, reconociendo la importancia de valorar el hábitat natural y su mágica influencia: Aspira, niña bonita/ el perfume de sus azahares/ y la fragancia de sus hojas/estrujadas por mis manos/ escucha el zumbido de las abejas/ y no temas/ que a las niñas buenas no las pican/.
En otro parte, se indaga sobre el arte de escribir y solicita que los aedas deben trascender con su verso, flameando en la gloria del cenit, brillando con su pluma para perennizarse en el tiempo, por lo que debe perpetuar su verbo en lo alto de los árboles y en el corazón de las rocas; así buscar la eternidad en el amor y la pasión: … no se queden en la palabra amor/márquenlo en el pecho de las rocas/ que viven sin morir/grábenlo en el amor de los árboles/ que andan para arriba, en el aire/y viajan, cada día/ a las entrañas de la tierra/. (pág.39)
Entramos a la segunda parte del volumen: “El Tiempo y el olvido”, bañado de ternura y vestido de los más puros recuerdos del padre, la madre y las plantas. La atmósfera intensa del discurso nutre a cada instante la inspiración espontánea y acentuada de los elementos expuestos a lo largo de la poética.
Una persistente idea persigue al autor, se trata de la eternidad, que los humanos carecemos de dicha gracia y don. Tenemos fecha de nacimiento y de partida; pero duele en el alma que se esfumen aquellos seres que nos dieron abrigo, el primer abrazo y dedicaron su existencia a velar por nosotros, para edificar la familia y el hogar. No podemos detener el tiempo, eso pertenece al Todopoderoso…”Nadie escuchará a los caminos cantar, cuanto nos quisimos”, o “no se detendrán las nubes ni los caminos”
Se revive a papá y mamá… Papá lejos/ mamá no ha vuelto/ ha de estar coronando/ la cuesta de Solugán. / Ya casi no se ve/ y un perro aúlla/ cuando empieza a alumbrar la luna/ Papá lejos/ mamá no ha vuelto. (pág.52)
El canto al árbol es reiterativo y circular, es una constante, está en el pensamiento del autor. Y junto a esta planta está la compañía de la familia con todo el afecto del mundo, con su unidad indestructible, con sus abrazos prolongados y con el pecho ardoroso por la presencia de la unidad familiar.
Pero conforme hemos sostenido, no somos eternos, la felicidad puede durar un día, una semana, un mes, un año. Como dice García Márquez, uno nunca sabe. Igual que las plantas, animales, los hombres nos despedimos del espacio que ocupamos. Será mejor si dejamos huellas para que nos recuerden, si es que hay alguien que así lo haga, sino como refiere Atahualpa Yupanqui: “Nos habrá tapado el olvido”
El escritor se resiste de la levedad del ser en la tierra, lo breve de su existencia; pues todo pasa, todo se acaba, y por lo mismo su vida tiene que ser intensa y solidaria, al decir de Arturo Castañeda y Napoleón Hill. Resulta mejor si valoramos a los autores de nuestras vidas; con todo sentimiento se dice: ¡Cómo papá la ausencia/ como el olvido/ que lo han sepultado¡.
Se agranda más el aprecio de la vida en el campo, el maestro de la escuela y los maizales “aroma de tierra mojada”, el paisaje de Conday, cuya visión de niño está en el juego agradable para amar a los padres y animales, la figura infaltable del padre y madre, los inolvidables días felices, la serenidad de los alisos, el regazo paterno de la mano, pero todo concluye, todo se acaba.
La remembranza se agranda en el fragor cotidiano, días cristalinos, observando a los animales, “aleteando la hermosura de su pecho y su canto”, el impacto imborrable de abril mojado en la escuela, quedando atrás los juegos y las cosechas de la infancia. Se acaban y quitan el cariño, son los designios de la vida y la muerte… “ Y nadie responde en los escombros de mi casa vieja” (pág 74 y 75).
Como olvidar a la madre, aquel ser tan sublime y cantado por renombrado poetas; el caso de César Vallejo cuando menciona: “Madre mañana me voy a Santiago a mojarme en tu bendición y tu llanto”. Oquendo de Amat, manifiesta: Tu nombre viene como las músicas humildes
y de tus manos vuelan palomas blancas”.
Para nuestro escritor, la madre es: un amor antiguo/cóncavo como el cielo/ en tus manos nervudas/ todo el amor del mundo/ madre mía/ (pág. 76). Así se perpetúa a aquella mujer, a la madre que atendía a los hijos con las delicias costumbristas de la cocina, degustando un agradable tamal con hierba luisa, un humeante café, traído especialmente del Marañón, ya desparecieron junto a papá y las tías queridas, se fueron con sus emociones, vivencias y sabiduría.
Entonces el aeda, siente: nadie queda de papá y mamá/ todos partieron/ en un anochecer del lama/ que nadie recuerda/. Mi tío Romelio, borracho y enloquecido/ dormía en los montes/ huyendo de desgracias desconocidas/. Mi tía Ludovina, paciente y amorosa en Riopampa… Mi tía Leonor, hermana verdadera de mamá, en su casa de Chugur.
También nos asimos al padre, en él nos apoyamos en las diversas etapas de la vida: es el protector,” es mi consuelo, la sombra cuyas hojas nunca caían”. Él enseña a madurar en la vida, a sobrevivir en el tiempo, a pesar de los sufrimientos circunstanciales; pues a pesar del final de la vida el recuerdo nunca es vano para evocar a la familia.
La tercera parte comprende “Cinco Poemas de Amor”, que medita en el ayer de la naturaleza, que vio crecer a la familia junto al cariño de los hijos, cuya soledad es proclive para la meditación, la tranquilidad de una casa llena de recuerdos, para hacerla flore toda la vida.
La cuarta sección, “Cuando Alelí partió tras un amor querido”, resume el afecto paternal, tan sentido y amado en sentido diáfano y transparente: es la ausencia originada por Alelí para refugiarse en los brazos de Cristo, para servir al Todopoderoso y la humanidad cristiana. Ya sin ella, para su tutor, la vida no es igual, los caminos son lejanos. La sigue queriendo pero teme que a su regrese, él ya haya partido al espacio celestial.
“Los árboles, el tiempo y el olvido” (Ed. UNT, 2009) de Luis Guerrero Díaz, es un poemario que habla del recuerdo familiar, la naturaleza y cuestiona la eternidad biológica, mediante un lenguaje profundo, cristalino y que remueve el corazón por su acento nostálgico, puro y tremendamente humano.

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