Amor, vida, y creación



La confesión amorosa idílica o real ha sido el tema de Enoc. Su décima publicación: “La memoria de la noche”, continúa dicha preposición romántica. Y lo revive en el secreto mar adorado, verdor de los parques confidenciales y en la tristeza de las tardes vacías. En lenguaje conciso, y síntesis, a modo de los famosos haikus de BASHO, el autor despliega una recreación del sentimiento sublime hacia la compañera anhelada,  enfoca el hastío y las incomprensiones en el proceso del amor.
El poemario se abre con “Omega, bosques de papel”, cuyo verso inicial dice: Mi corazón es la mitad de este reloj malogrado/ que no da la hora/ desde hace más de tres años/ porque nunca pudo parecerse/ a aquella vieja pared que derribó la lluvia/ ni enloquecer pensando que es un barco anclado/.
Esta inspiración es un espacio detenido, congelado. Una inquietud conmovida por el recuerdo, originado por el desaliento, porque la vida o parte de ella no se pareció a la vieja pared derribada por la lluvia. No olvidemos, que lo viejo es sinónimo de experiencia, sabiduría. Y al desaparecer esa pared, el aeda sufre de manera circunstancial, aunque le falte vivir la otra mitad de su corazón y seguir navegando en el océano existencial.
En las páginas siguientes, prosigue el afecto y la consolidación sublime, plena, desbordante y muy sentida, de manera velada y tácita… “no tuve más sábanas que un pellejo de gato; pero más eficiente que una alfombra voladora” y “me gusta quedarme callado dentro de tu humedad…”
En la segunda parte, “Oxígeno, pedazos de adobe”, se inclina por lo sarcástico y produce una ruptura estilística, que no desentona el poema sino es un recurso para reprobar el interés material “…una tarjeta de crédito es lo que más te gusta de mí…”. También loa a la mujer amada, quien es eterna, idealizada,   y la razón de existir…” la única luz que me levanta cada mañana…”. El genio, Albert Einstein, dijo alguna vez que la luz era la sombra de Dios; es decir, donde está la luz ahí está Dios.
La luz es el conocimiento, el triunfo de la sabiduría sobre la ignorancia, que es la oscuridad. Entonces, la luz es la transformación y predispone el estado de ánimo del escritor. La tercera sección, “Madera, grietas de claridad”, está cargada de letras breves, parecida a los haikus de Basho, para meditar sobre el amor, vida, naturaleza y sociedad.
Profundiza la identidad. Para Osho, el hombre es lo que es, es el presente y no lo que ha sido, ni lo que será. El ser humano es uno mismo, libre, directo, auténtico y transparente en sus actos. Señala el poeta, “siempre he sido el mismo, incluso las veces que no me ha convenido serlo”, concentrando su enunciado en la identidad. La cuarta parte, “Ozono, rostros indescifrables”, se caracteriza por la hondura de la inspiración, mayor elaboración del fraseo; naturales y cristalinos, removiéndonos el pecho para admirar el tesoro de Hernández y Oquendo de Amat.
La parte final, “Arena, texturas multiformes”, combina el amor y la profundidad filosófica. El cariño se demuestra en tiempo presente con halagos y ofrecimientos; aunque con disyuntivas esperanzadoras y reiterativas. La función del vate es escribir, escribir y escribir. Enoc Rojas Guzmán, se ha declarado adicto a la poesía, como Javier Heraud, que cuando lo abrazaban, su pecho crujía poesía.
El aeda dice en uno de sus versos: Mañana volveré a empezar mi vida/ como si se tratara de un nuevo libro/…pero si vuelvo a fracasar/ nuevamente / tendré que volver a empezar una vez más/ como cada día/. “La Memoria de la noche” (Editorial Plaster, Trujillo, 2008, 83 pp.), sigue cantando al amor y mujer amada, devela la intimidad, y reafirma sus dotes de escritor para interiorizar las contradicciones sociales, el rol del escritor y el universo literario.

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